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La fe de María nunca se apagó, nunca dejó de confiar en Dios, de abandonarse en sus manos; incluso, en los momentos de sufrimiento extremo, esperó contra toda esperanza.

 

«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

«Este es el mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como Yo os he amado».

«Pobres tendréis siempre con vosotros; pero a Mí no siempre me tendréis».

Acompañemos de cerca a Jesús en estos días; que ante sus sufrimientos, nuestro corazón no se endurezca, pues fueron causados por nuestros pecados.

Que todos nuestros corazones sean como Betania, un lugar donde Jesús pueda descansar.

¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

La fe es un don que hay que pedir. Por eso, si queremos un aumento de fe, para nosotros o para los nuestros, tenemos que pedírselo al Señor con insistencia.

María tiene que ser nuestro modelo. Ella, ante la Cruz, no se revela, sino que acepta los planes de Dios con una mirada de fe.