D. Juan Cerrato Ponce —sacerdote de la Diócesis de Getafe (Madrid)— estudió en un colegio religioso, pero al entrar en la universidad se alejó de Dios. Años más tarde el Señor puso en su camino unos Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola en los cuales sintió fuertemente la llamada a vivir su vocación como cristiano y la necesidad de volver a la Iglesia católica. Destaca en este capítulo de «El Sacerdote» que para poder escuchar a Dios tienes que estar cerca de Él. Pero, para que verdaderamente veas su voluntad y no la tuya, lo más importante es descentrarte tú y ponerlo a Él en el centro.

El P. Rafael explica a Teo como el trabajo y del esfuerzo dignifican al hombre.

En Ecuador el tema de las cárceles es una realidad muy dura. La Hna. Paqui Morales, SHM, en «Inmersos en la misión», nos cuenta su experiencia en la pastoral carcelaria. Ella reflexiona en una enseñanza que Dios ha dejado en su corazón: El juicio sólo lo debe hacer Dios, a nosotros nos corresponde simplemente ser instrumentos de su misericordia.

«Las injusticias son consecuencia de la falta de Dios en el mundo».

Es difícil abordar un tema tan delicado como el genocidio del «pueblo de la cruz». Por eso, D. Ricardo Ruiz de la Serna, profesor de Historia del Mundo Actual en CEU San Pablo (Madrid, España) y autor del libro «El genocidio armenio», pone las bases en este primer programa de «Un ancla en la tormenta», presentándonos la situación histórica, cultural y política de la Armenia histórica, para que conociendo la vida que había antes de «El genocidio armenio», podamos valorar más los acontecimientos trágicos que seguirán.

D. Juan Cerrato Ponce fue ordenado sacerdote el 9 de mayo de 2010, víspera de la memoria litúrgica de San Juan de Ávila, patrono del clero español, en el transcurso del Año Sacerdotal convocado por Benedicto XVI y en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles, en la Diócesis de Getafe (España). El momento que recuerda con más intensidad es el de la imposición de las manos y también el rezo de las letanías, postrado en el suelo a los pies del Sagrado Corazón de Jesús, para entregar su vida a Dios. En su cabeza, un único pensamiento: «Qué grande es Dios y qué pequeño soy».